Rapsodia II


*


-Hey… Marie…- alguien tocó mi hombro para llamarme, abrí los ojos un poco exaltada, estaba recostada del lado izquierdo del auto completamente dormida. Estaba cansada pues ya iban dos noches sin dormir bien. Cuando logré ver mejor e incorporarme, advertí que era Frankie quien estaba frente a mí. -¿todo bien, peli castaña?- sonrió y se sentó  a mi lado, entonces me di cuenta que no estaban ni Magdalena ni Michael.

-Sí, pelirojo- dije, apreté mis labios y miré su brillante cabello rojo –el del cardenal era rojo, pero ninguno se ve tan lindo como el tuyo- sonreí

-¡Me alagas! ¿Qué querrás a cambio por ello?-guiñó su ojo dándome un pellizco

-¡Basta!- reí -¿dónde están los jefes?-

-Llegamos hace unos 20 minutos, Marth vino y se los llevó, dijo que te despertase para que hicieses tu trabajo- dijo recostándose del asiento

-No… estás muy contento de verlo, ¿verdad?- dije, sabía que no se llevaban bien

-Sabes cómo es, no puede ver nadie “nuevo” en la organización, quiere que seamos sus armas, y el que seamos humanos le molesta- respondió

-¡Vamos!, no creo que sea así, es humano también- repliqué dejándome caer en su hombro, estaba exhausta

-a veces lo dudo- dejo caer su cabeza sobre la mía –es muy tentador el quedarnos a dormir aquí, pero sabes que ambos tenemos trabajo.-

-lo sé, lo sé…- me acurruqué más –si no fueses tan tonto serías perfecto como novio-almohada- me levanté y abrí la puerta

-calla, eres muy niña para mí-

-¡Já!, por dos años…- me bajé de la camioneta y luego de sacarle la lengua caminé dando la vuelta, viendo un enorme recinto frente a mí. Otra iglesia.

-Genial- dije –me hacen recordar mi excomulgación-

Quería ser graciosa como el jefe, pero no podía. Un escalofrío subió por mi espalda a través de mi medula espinal en cuanto crucé la entrada de la enorme iglesia de piedra blanca. Parecía sacada de algún cuento de princesas, con tanto oro y tan gran tamaño por doquier. Las alfombras rojas eran preciosas, sin embargo, noté que había guirnaldas y lazos del mismo color por todos lados, parecía que estaba decorado todo para una boda. Al pensar en dicha posibilidad solté una mueca de incomodidad.

Estaban las bancas de madera apiladas una tras otra haciendo dos enormes hileras a mis costados, en las primeras se encontraban Magdalena y Marth, un sujeto de cabello y ojos castaños bastante guapo a decir verdad, que jugueteaba con su sombrero gris mientras hablaba con la jefa sentada a su lado y el jefe parado frente a ellos en silencio, a él podía verlo mejor pues estaba de frente hacia mi (la jefa y Marth estaban sentados de espadas hacia mi), se veía como un maniquí aburrido de ser divisado todo el día, con sus manos dentro de los bolsillos de su gabardina negra haciendo ver sus zapatos brillantes. Parecían zapatos de Jazz. “¿le gusta bailar al jefe?” me pregunté, no me lo imaginaba haciendo eso ni mucho menos.

Sacudí mi cabeza para concentrarme, y llegué cerca de ellos, sentándome en silencio en la banca detrás de la que ellos utilizaban. Saqué mi libretilla y mordí mi labio inferior.
“tercera intercepción del día” escribí “24 de febrero de 1934” vi mi reloj para buscar la hora, eran poco más de las 6: 00 p.m.

-… Era el matrimonio de Anna Simons y Nick Kraft- continuó con su relato Marth, para aquellos instantes fue que me digné a ponerles atención.  –Se suponía que solo era un “pequeño inconveniente” pero al parecer se nos fue de las manos, hay dos heridos-

-¿Y entonces es o no un vampiro?- dijo Magdalena atenta al relato

-Dos, eran gemelos. Eran bastante rápidos y agiles, pero estaban en periodo de descomposición-

Magdalena viró a ver a Michael que continuaba en silencio en inmóvil.

-¿sucede algo? – dijo Marth ante dicho gesto

-de dónde venimos, en un pequeño pueblo a algunos kilómetros, encontramos a un espécimen parecido, Michael afirma que su sangre estaba podrida- inquirió Magdalena

-Un acto de nigromancia -

-sin duda alguna- dijo al fin el jefe

-¿Entonces hay alguien que está haciendo estas réplicas? ¿Con que fin?- cuestionó dudoso Marth por tal posibilidad

-esa es ahora nuestra pregunta.- dijo Magdalena –por ahora quisiera ver a la señora Simons y a Kraft-

-Claro, están en el hospital del centro-


*

-¿Por qué nos quedamos aquí?- dije algo asqueada de la escena que veía ante mis ojos, estaba tras el jefe, que con sus manos en los bolsillos examinaba con su mirada atenta alrededor.

-Es nuestra fantástica aventura como forenses paranormales, ¿Cómo es que no estás contenta por eso, Marie?- su sarcasmo era tal, que sentía que me sofocaba, estaba incluso más fastidiado que yo por tener que hacer ese trabajo. Pero las órdenes de Magdalena eran absolutas, así que no habría jamás otra opción.
Guardé silencio, divisando en contexto igual que él. Había restos de sangre que se confundían en la alfombra roja, además de desorden y restos de pétalos del buqué cerca del lugar donde se sitúa el sacerdote.

-este amigo buscaba sangre, puedo estar seguro de que estaba sediento- dijo sacando sus manos de los bolsillos y llevando sus largos y blancos dedos de cera hacia al suelo mientras se agachaba, tocando la sangre seca –mira, no la dejó desperdiciar, puede que el señor Kraft esté infectado, por otra parte, sigue siendo muy torpe al dejar caer tantas chispas de sangre. Cualquiera que sepa beber como debe ser, no deja caer tanto al suelo.- se levantó y miró hacia donde yo estaba –es como comer con cubiertos y dejar caer la comida, es de muy mal gusto, ¿no?-

-S-sí- inquirí no muy segura de su comparación. Jamás había comparado el beber sangre tibia con la comida que solía consumir. La próxima vez que comiera iba a recordarlo y seguro sentiría nauseas. –Un momento…- dije recordando algo, este se había volteado al verme titubear, por lo que volvió a verme cuando me escuchó -¿no eran gemelos? Hablas solo de uno, ¿y el otro qué?-

-estoy seguro de que no bebió nada- dijo volviendo a llevar su mirada hacia el suelo –estaba satisfecho… el beber sangre tan ferozmente solo dice que estas a tu límite, pero puedes ver a los demás comer si estás lo suficientemente satisfecho.-

-¿enserio es eso posible?- dije no muy convencida

-en realidad no- rió –depende mucho más de tu poder sobre tus instintos, ¿nunca te has preguntado por qué nunca te he dado ni una mordida?-

Aquella idea me dio escalofríos. La razón por la que nunca lo había hecho (a pensar en esa pregunta que hizo, me refiero) era porque no parecía tan inhumano como todos dicen, solo parecía un muñeco de porcelana ambulante. Negué con la cabeza curiosa de su respuesta.

-No lo he hecho porque no debo, pero no significa que tu olor no sea lo suficientemente seductor para mí como para que quiera beber de tu sangre, es algo subjetivo en realidad. Si enloquezco quizás podría hacerlo- se encogió en hombros –pero estás protegida, así que, no te confíes nunca de mi, ¿está bien?- se volteó a continuar con su labor. 

No supe a que se debía aquello pero sí que me dejó perpleja. Suspiré divisando como se movía entre la escena  y advertí cuando siguió de largo hacia un pasillo, lo seguí un poco precipitada y vi como se detenía frente a una ventana del lugar, a uno de nuestros costados habían unas escaleras en forma de caracol, la ventana estaba cerrada, por lo que me extrañé al verlo ante ella mientras esta permanecía con sus cortinas sobre el vidrio.

-¿escuchas eso?- masculló mi jefe

-¿qué es exactamente a lo que te refieres? No oigo nada- dije en cuanto agudicé mi oído para intentar percibir  algún sonido sospechoso

-ese es el punto- continuó en sus murmullos –no se oye nada y ya marcaron la 7: 00 p.m., podría jurar que lloverá, y no hay ni el silbido de algún insecto-

-¿y eso qué?-

-además hay un lago cerca, puedo sentir su olor…- dijo casi interrumpiéndome –en varias y absurdas mitologías poco conocidas, se dice que a la presencia de un depredador absoluto no silba ni el más valiente grillo-

-¿depredador absoluto?- cuestioné

-aquellos que solo viven para beber sangre con o sin hambre, y que infectan a otros…- dijo, y apenas pude percibir su movimiento veloz, ya que me tomó de los hombros y me empujó hacia la escalera, y pude apreciar como sobre él se iba un bulto. Quedó estrellado contra la pared que dejó ir un estruendoso sonido. Estaba atónita de nuevo y con torpeza saqué del bolsillo de mi chaqueta marrón la libretilla de notas.

-¡Corre hacia arriba!- de pronto gritó mi jefe, que parecía no estar preparado para luchar aun, empuñaba su arma y venía en dirección hacia donde estaba. Intenté levantarme pero tropecé, entonces me tomó por la cintura, y como si me tratase de algún saco, me llevó, impulsándose rápidamente entre la incómoda escalera. Llegamos al segundo piso, y sin detenerse continuó su camino en línea recta, casi al final del pasillo, frente a lo que parecía un balcón, encontró una puerta, y sin dudarlo la abrió.

-el campanario- dije en cuanto me dejó en el suelo, asintió frenéticamente y continuó mirando  a su alrededor, como si se sintiese intimidado. Eso la verdad me preocupó.- ¿y ahora qué?- dije derrotada

-¿recuerdas lo que te acabo de decir, no?- masculló –no confíes en mi Marie, tienes la protección-
De pronto cambió totalmente su actitud, aunque tenso, se intentó relajar dejando de titubear, y el sentimiento frenético comenzó a disminuir poco a poco, se quedó inmóvil entonces, con su mirada oscura tras sus hermosos y brillantes risos azabaches. 

Rapsodia I


Por lo general todos ocultarían lo que quiero contar en estos momentos, pues es un tabú un tanto marcado de horror y bastantes prejuicios, para la época, aun había ese “miedo” a lo que no tenía nombre y era llamado blasfemia. Lo sobrenatural  y supernatural, lo que parecía oscuro y que si está en cada noche luego de que todos apagan la luz. Ahora en la actualidad madrugan en sus computadoras, y muchos de los sonidos “del viento” no son más que los pasos que él da por la azotea de las casas. Brincaba como un total saltamontes, y era tan ligero como una hoja seca de algún árbol en invierno. Tan frío como la brisa, y que pueda vivir desde esta época hasta aquí es por una sola razón.

-¿Cuántos años tienes?- pregunté en una ocasión

-hace un año cumplía 24 nuevamente, y eso sucedió durante 80 años elevado al cubo- colocó su dedo sobre mi libretilla de notas –veamos como están tus matemáticas-

-¡Que afán con los acertijos!- me quejé –quizás podría hacerlo mentalmente, aparentas 24, pero ambos sabemos que…- me interrumpió, siseando.

-en las iglesias se guarda silencio- dijo mirando hacia arriba, su sarcasmo era espectacular, y más ante el Cristo que nos dice que solo un ser tuvo vida eterna. No sabía si inflar una mejilla y actuar como una niña tontuela otra vez o alertarme, mis sentidos no eran como los suyos, y si miraba con tanta insistencia alrededor era por una sola cosa. Había peligro.

Comenzó con su monólogo de siempre.

-hazte hacia atrás- dijo en cuanto estábamos ante la eucaristía, todos los utensilios que estaban frente a nosotros sobre la misa ante el enorme Cristo de cerámica. Nos detuvimos a la par y le obedecí.

-Padre nuestro que estás en los cielos…- comenzó a decir con voz apacible, muy a pesar de que era como un ritual de auto destrucción siempre lo recitaba, posiblemente pidiendo perdón por sus pecados y por los pecados del alma que buscábamos para “purificar”.

-Marie, sabemos ambos que a los vampiros no puedes salvarlos, ¿no es así?, las muertes que ocasionaron no se olvidaran porque si, pues hubo muchos niños e inocentes de victimas. No importa si es la guerra, un soldado tiene el perdón de matar a miles de inocentes en nombre de unos cuantos y ser esperado en su ciudad como un héroe siendo el responsable de dejar sin padre a alguien…- estaba ahí frente a la misa, mientras la iglesia continuaba oscura y solitaria. Se volteó hacia el lado derecho con velocidad apuntando con su arma. –Pero un vampiro no mató en nombre de su nación, así que no importa si fue convertido a la fuerza, es un nuevo renacimiento maldito-

Disparó. Abrí mis ojos más de lo normal.

Después de una cortina de humo donde cayó el pequeño proyectil de la bala, salió un hombre de alta estatura y sumamente liviano al parecer, poseía una versatilidad impresionante en movimiento, al irse sobre él, este lo esquivó. Sin embargo, el monstruo lo golpeó lanzándolo sobre un relicario de oro que yacía en una esquina de la misa.

Apreté mis puños y archivé lo que sucedía con suma velocidad en la libretilla. Esa era mi única función y lo único que sabía hacer muy a pesar de todo. En mi cintura colgaban dos sacos de lino embadurnados de agua bendita, en ellos había dardos tranquilizantes por si todo salía mal, pero en un 10 % de las ocasiones sucedía, por ello mi trabajo era el “liviano”.

Se levantó de entre los relicarios lentamente y levantó el arma. Era un arma llamada Parabellum-Pistole, él siempre había tenido afición por las armas, y cada que la limpiaba recitaba su historia, se había hecho famosa desde la primera guerra mundial, y en aquellos instantes estaba muy de moda en la Alemania nazi. Disparó fríamente como si no tuviese pesadillas por ello. Como si fuese un simple y aburrido juego. Se levantó.

-24 de febrero de 1932, en la hora de la misericordia, 3: 00 p. m. El fantasma de Pensilvania ha sido destrozado y ha chispeado de sangre podrida todo el lugar- dijo al salir de entre el humo ocasionado por su pistola –era solo un aprendiz, puede que ni siquiera tenga maestro, se hacía de los niños del catecismo por hambre y  morbo.- bajo su cabeza y su fedora negro ocultó sus ojos detrás de sus rizos –es un ingenuo solamente-

-Firma- le dije acercándome y extendiéndole la libretilla

-¿siempre va a existir necesidad de que firme esto?, te harás vieja esperando que firme un papel- rió firmando con sus letras alargadas y casi ilegibles y fastidiadas –mira, ahí brilla una cana- señaló con un ademán de su cabeza hacia mí

-y a ti ya te sale barba.- cerré la libretilla – será necesario para siempre-

-eso lo dudo- acabó dándose la vuelta –el “para siempre” contigo no cuenta-

Lo seguí entre los pasillos de la iglesia, llegando hacia el lugar donde el sacerdote, un cardenal y varios aprendices de sacerdocio esperaban impacientes. Al llegar ahí se explicó lo que sucedía con el vampiro y que en algunos minutos llegarían para “limpiar”.

El sacerdote nos miraba con recelo, como si fuésemos almas colgantes hacia el mismísimo infierno, y eso pareció molestarle también a mi singular y armado acompañante.

-si resultaba tan incomodo para ustedes el vernos aquí, ¿Por qué nos trajo el cardenal?-

-¡Mil disculpas por ello!- se excusó el cardenal que era un sujeto pelirojo y de unos 35 años. Parecía preocupado y muy asustado, quizás por la presencia de él. –No estamos acostumbrados a lidiar con caza vampiros-

-¿has oído eso Marie? ¡Ha dicho caza vampiros!- rió

-¡Basta Michael!- esa solo podía ser la voz de una sola persona. Me escondí tras él, en cuanto la jefa Magdalena aparecía en la puerta luego de que esta rechinara. El estar entre “adultos” comenzaba a ser una molestia para mí.

-Lo siento.- dijo este, que aunque parecía muy apacible, de seguro le había molestado el tono duro que Magdalena había concebido. Esta se situó frente a nosotros, y acabó de dar las respuestas a los católicos. Hizo “las fronteras” entre ellos y nosotros y nos escoltó hacia la salida, afuera nos esperaba el auto de siempre.

Él, Michael… no había emitido palabra alguna, y el que fuese tan silencioso no era en realidad algo de qué preocuparse, pocas veces hablaba, y sus “ocurrencias” no eran más que hipocresía, era apacible, frío e inexpresivo, cual porcelana dura y vieja, pero preciosa. Nunca supe de donde era y porque estaba ahí para aquella época, solo sabía que era el mejor arma de Magdalena y su organización legendaria.

El auto que mencioné antes era una camioneta parecida a la de las caricaturas de Scooby Doo, solo que esta era gris, y dentro tenía una “mini” sala de investigaciones, en los asientos delanteros siempre iban Michael y Frankie, el y yo éramos los únicos más jóvenes de la organización (él tenía 19 y yo 17), atrás conmigo siempre iba la señorita Magdalena, que me reprendía cada que podía al revisar mi papeleo. Esa tarde no se quejó conmigo, fue directamente hacia mi jefe armado, que iba junto a Frankie: Michael.

-“Hora de la misericordia”- leyó dirigiéndose a él

-es entre las 3:00 y 3: 30 p.m. de cada día, la muerte de nuestro señor Jesucristo frente a los lacayos romanos antes de nuestra…- Magdalena le interrumpió

-“sangre podrida”- dijo esta

-olía a que se descomponía aceleradamente, y tenía gusanos y moscas saliendo de su carne-  respondió este, solo oía su voz, pues donde íbamos sentadas estaba justo detrás y de espaldas del asiento del copiloto y conductor.

-¿un vampiro que se descompone?- respondió la jefa

-más bien un cuerpo mutado hacia vampiro que fue hurtado por un alma-

-¿un demonio?-

-Para nada, los vampiros también tienen la habilidad de que al morir, lograr poseer a otro cuerpo momentáneamente.-

-eso no lo leí en ningún libro.- dijo Magdalena devolviéndome la libretilla

-eso es porque no sale en libro alguno, ¿es para ti normal que un vampiro muerda a un demonio?... por ello dije “mutación”- respondió mi jefe con su típica voz de fastidio y misterio

Magdalena guardó silencio. Miraba hacia un punto fijo en la oscura camioneta que abordábamos, miré hacia arriba, justo detrás de la cabeza de ella, localizando a Michael con su mejilla sobre su mano, que estaba reposada en la puerta del auto, solo veía la parte trasera de su cabeza, con sus risos danzando por la brisa y su sombrero amenazando en caerse. Era negro, Michael adoraba ocultarse en la oscuridad, por ello optaba por ropa negra siempre.

-¿volveremos a nuestro querido hogar en Pittsburgh?- masculló con voz casi agonizante –vamos en dirección contraria- añadió mientras yo bajaba mi cabeza hacia Magdalena

-No, debemos ir a Filadelfia, ahí nos espera Marth, necesita nuestra ayuda.- inquirió Magdalena luego de soltar un largo suspiro. Silencio fue la respuesta.

Me quedé mirando en secreto a la chica que estaba a mi lado, no sabía su edad pero estaba segura que no pasaba de los 24, sin embargo, estaba segura de que ella si era humana, su vivaz presencia lo decía con orgullo, su cabellera era voluminosa y rubia, sus ojos azules eran fácilmente llenados de furia y su piel bronceada hacía brillar más su presencia. Siempre vestía como toda una empresaria, y aun con el peligro de llenarlos de sangre, cargaba sus mejores tacones.

Esa era nuestra jefa, y la “dueña” de Michael.

-¿Cuánto falta para Filadelfia?- oí decir mientras mis ojos dejaban de ver por las pupilas pesadas que insistían en descansar

-una hora  y media si hago más corto el camino- respondió Frankie.